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"Desmadre"

 

Texto por Marta Rodriguez

Abril 2016

 

 

Desde los inicios de su trabajo, María Cristina Cortés, ha tratado el tema del paisaje y 

de un tiempo atrás ha abordado la destrucción de la naturaleza a manos del hombre. 

Ya en Chambas (1998 - 2001), se veían en sus pinturas objetos flotando en aguas a 

veces turbias y contaminadas. En trabajos más recientes como Rastrojal (2008) y 

Quebrantos (2010), han aparecido chamizos secos y troncos calcinados.  

 

Algo que ha caracterizado a su trabajo es una experimentación constante, tanto 

en los ángulos que adopta para mirar y componer, como en los recursos técnicos que 

utiliza que la han llevado al collage y a la inserción del blanco y negro, donde antes 

prevalecía el color. Por esos cambios, cuando me dirigía a su taller para escribir esta 

nota, no sabía con qué clase de paisaje me iba a encontrar.

 

Al entrar a su estudio, me vi rodeada de un fuego crepitante. Sobre las paredes, 

poderosas imágenes de un incendio forestal me remitieron tanto a Turner, como al 

bosque nativo que hace poco ardió durante tres días, mientras una fina ceniza cubría 

el sur de Bogotá. La causa, un verano prolongado, sumado, según comentó la prensa, a 

la acción de un par de pirómanos, no sé si identificados. 

 

Al pasar a la sala contigua, el cambio fue abrupto. Si antes literalmente hasta 

sentí calor, ahora sentía frío. A cambio del crepitar de las llamas, me vi sumergida en 

un paisaje silencioso, frío y quieto. Sobre las paredes, pinturas de vastas extensiones 

de agua detenida de las que emergen tejados, fragmentos de cuidad y de follaje. En 

ellas prevalece una especie de acallamiento de la vida, mientras en las anteriores la 

destrucción avanza con extrema vitalidad, prometiendo devorarlo todo. 

 

Al salir de su taller se desgajó un aguacero torrencial que en poco tiempo 

inundó la vía y paralizó el tráfico. Allí me quedé detenida por cerca de dos horas 

contemplando las ráfagas que no cesaban. Entre tanto reflexioné en el poder del fuego, 

en la devastadora acción del agua y en la pertinencia de las pinturas que acababa de 

ver que llevan por título: DESMADRE. Desmadrado, dice el diccionario es aquel que ha 

sido abandonado por la madre. Desmadre, lo que se salió de madre, un río que se salió 

de cauce. También significa pérdida del control. 

 

Si bien el tema de esta nueva exposición es el desmadre de la naturaleza que 

hoy estamos padeciendo, su obra atestigua el control, el conocimiento de un oficio que 

se ha ejercido a través de una búsqueda constante que siempre me ha remitido a 

distintos momentos de la historia del arte, al gusto por las superficies pictóricas. Sus 

fuegos, a veces tan realistas, otras veces casi abstractos, dan cuenta del dominio del 

pastel, al que frecuentemente ha recurrido desde su primeras obras que a partir de 

entonces, han celebrado la luz de la sabana. Los lienzos están intervenidos con 

métodos de impresión y tal vez la fuerza avasallante que emana de ellos se deba a que 

la base de la tela es negra, de ella se desprende el naranja de las llamas y los grises del 

humo. En las inundaciones es posible recordar las chambas, pero ya no flotan objetos, 

ni palos, ni cajas. Ahora bajo el agua, o bajo capas de óleo, inermes y pequeñas, se ven 

las construcciones de los humanos, sus casas y ciudades. El hombre se minimiza, se 

torna frágil ante la potencia avasallante de la naturaleza que con su acción 

irresponsable, con su ansia de poder y de dominio, ha desmadrado. 

 

Pero ante todo, entre el fuego y el agua, entre el óleo y el pastel, lo que se 

afianza es la buena pintura. 

 

 

2016 por Simón Ortega.

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