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"Matemonte"

 

Texto por Ivonne Pini

Octubre 2005

 


  El tema del paisaje concebido como registro bucólico de la naturaleza, remonta sus orígenes a fines del medioevo, para canonizarse como pintura de género a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Se transformó nuevamente en el XIX abordándose desde una perspectiva romántica, o mostrando sus realizadores una intención cientificista. El siglo XX construye otro itinerario del paisaje, con una visión ampliada que es aún más notoria en los artistas contemporáneos para quienes éste se convierte, no solo en la representación reconocida por el imaginario colectivo, sino en una construcción que parte de su propia experiencia y memoria. 

  En ese contexto hay que ubicar el largo y significativo recorrido de María Cristina Cortés. Su aproximación al tema ha estado al margen de preocupaciones veristas para convertirse en una exploración que a lo largo de su obra mantiene una evidente coherencia y profundización del análisis. Del paisaje como espectáculo para gozar, interpretándolo desde una perspectiva que acercaba al espectador a lugares plenos de color y armonía, fue llegando a sus chambas con detritos .El paisaje se convirtió en una exploración en la que estaba implícita la noción de deterioro, de conflicto, volviéndose su manejo del espacio exterior,  una interpretación de la realidad circundante. La artista construye su propio paisaje indagando en el papel del hombre como depredador, no sólo de la naturaleza sino de su sociedad. Con sus Matorrales (2003) hizo un alto en el uso del color para volcarse al blanco y negro, generando un mundo opresivo, efímero y en deterioro.
  Con Matemonte, esa conversión del paisaje en una referencia para ubicar al hombre y su situación, se vuelve más evidente. La vivencia de un ámbito acogedor definitivamente desaparece para mostrarnos un espacio cerrado, enredado, del que es difícil salir. La idea de conflicto, que se perfilaba en su obra pasada, se hace más dramática y esas construcciones que refieren a la naturaleza no tienen salida, son reflejo de su angustia por la situación  que se vive, por los miedos que ella genera. Hay un uso sensible del paisaje que  se torna, en parte,  pretexto  para mostrar lo que siente. Si bien reaparece el color, éste difiere del uso que se le daba en pinturas anteriores y lo que logra es reforzar las  preocupaciones esenciales que señalábamos. Colocando una base de acrílico sobre la tela -material que  esparce con los recursos más diversos- va creando atmósferas que unas veces operan como base visible de la obra, mientras que en otras desaparecen. Sobre ella utiliza pastel y carboncillo para construir un dibujo gestual,  de trazos fuertes, en los que la abstracción gana terreno.

  La indagación pictórica  va acompañada de una creciente preocupación por el manejo del espacio concebido como totalidad, generando tensiones en todas direcciones y rompiendo con la tendencia al predominio de la línea horizontal que primaba en su exposición anterior. Con esa eclosión de tensiones y fuerzas enfrentadas a través del enmarañado ramaje que construye, parece querer romper con las limitaciones impuestas por el bastidor.
  Otro de los aspectos destacables  de esta nueva exploración alrededor del paisaje es la capacidad de María Cristina Cortés para construir un espacio imaginario, estructurado por fragmentos, en los que da cuenta de su interés por utilizar la naturaleza como un recurso mediante el cual se puede aproximar a la complejidad angustiante del mundo que la rodea. Estamos lejos ya de un redescubrimiento de la relación hombre-entorno concebida en términos de armoniosa coexistencia. La invitación al sosiego, al goce de la naturaleza, da paso a otra forma de mirar y de representar el paisaje. Antes fue la contaminación, ahora el interés de la artista va más allá, y muestra la destrucción que el hombre hace  de su espacio, no sólo el natural sino el de su propia relación con los otros. El paisaje es entones interpretado por María Cristina Cortés a partir de su perspectiva particular, desde su tiempo y su memoria individual.

2016 por Simón Ortega.

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