"VACAS"
Texto por German Rubiano Caballero
Septiembre 1989
Dentro del pluralismo característico del arte al cual, por supuesto, no es ajeno el arte de Colombia, pueden distinguirse muchas tendencias y estilos. En el país, al lado de una corriente figurativa expresionista con ejemplos asaz significativos entre algunos nombres relativamente nuevos, hay otra que insiste en las imágenes representativas, pero que, sin ser naturalista, rechaza las distorsiones agresivas y las comunicaciones demasiado apasionadas. Esta vertiente que puede llamarse clásica tiene excelentes representantes, entre los que, ya por derecho propio, debe incluirse el nombre de María Cristina Cortés.
La artista expone desde 1972 y, a diferencia de los clásicos colombianos que prefieren trabajar la figura humana, su tema exclusivo ha sido el espacio; al principio, interior, pero muy pronto, exterior, es decir, el paisaje. A lo largo de más de quince años, María Cristina Cortés ha sido una pintora y dibujante de la naturaleza; una paisajista que, a base de trabajo y disciplina, ha logrado algunos de los paisajes más bellos en el Arte Colombiano actual, unos cuadros, tan bien resueltos en términos pictóricos y con tanto deleite por los motivos, que nos hacen recordar estas palabras, llenas de verdad, de Robert Hughes en “The Shock of the New” “El choque de lo nuevo” -: “Uno de los proyectos del Arte es reconciliarnos con el mundo (a partir de) la contemplación extática del placer en la naturaleza...”. Una contemplación que se remonta por lo menos al Siglo XIX y que en el caso de la pintura de María Cristina Cortés enlaza entonces su trabajo con ilustres maestros del impresionismo y del post-impresionismo.
¿Paisaje hoy? ¿Naturaleza amable y llena de belleza hoy? Sí, por supuesto. En todo el mundo hay paisajistas - y algunos realmente excelentes e innovadores – y, por otra parte, todavía, a pesar de todo, la naturaleza sigue siendo incomparablemente bella. Aunque la estamos acabando y cada día nos costará más la detención de su deterioro total e irreversible, la naturaleza sigue ufana, tan rica y variada como generosa. Y es a ella a la que observa, a partir del arte y de su propia visión y sensibilidad, la obra de María Cristina Cortés.
Quizás no sobre recordar aquí, que Lionello Venturi en “Cuarto pasos hacia el Arte Moderno” nos precisa cómo Caravaggio al pintar ‘‘Cesta de frutas” liberó a los cuadros del perjuicio de los temas (religiosos, mitológicos, históricos) y colocó en primer término la realización en términos formales - la composición, el dibujo, el color, etc. - y la contemplación sencilla y descomplicada de unos objetos bellos “per se”, pero que podrían convertirse en hechos extraordinarios gracias a las calidades de la pintura.
Desde entonces - fines del Siglo XVI - los cuadros comenzaron a apreciarse por sus méritos artísticos intrínsecos y no por ser representaciones de tal o cual asunto. Una simple manzana bien pintada pudo ser asi considerada mucho mejor que una Madonna mediocremente realizada.
Durante este decenio, María Cristina Cortés ha sido una paisajista que, como el holandés del siglo XVII Paulus Potter, se ha especializado en el tema de la naturaleza con vacas. Al asunto tradicional del paisaje, la artista ha añadido un animal común y familiar y, por lo tanto, bastante prosaico. Aunque hoy, según la propia artista, sus paisajes se prefieren con vacas, en un primer momento hubo toda suerte de comentarios adversos y todavía hoy, si la gente no se fija sino en el tema, puede haber personas que se sorprendan ante los cuadros de esta pintora bogotana que agrega a sus paisajes vacas Holstein. Sin embargo, aunque el motivo es ese, los cuadros de la artista son, ante todo, excelentes pinturas y dibujos. ¿Por qué? Porque como es fácil comprobarlo, mirando esta selección de trabajos de los años ochentas, María Cristina Cortés, se basa en su conocimiento de la historia del arte, en su fina percepción y en su talento para transformar el mundo material en un mundo pictórico, para presentarnos una telas y unos cartones hechos de colores inusitados, muy bien entonados, de luces y reflejos, a partir de los cuales captamos, poco a poco, la presencia de un paisaje reducido, casi siempre visto un poco desde arriba y en el que, además del piso, del agua de los charcos, de las zanjas y de los abrevaderos, y de la vegetación rastrera, se destacan las vacas, de piel blanca y negra, que bien vistas, son unos volúmenes o unos planos hechos de manchas, más o menos sueltas, con claras huellas de pincel y sutiles toques de luz que abiertamente declaran el gusto del pintar y la “contemplación extática del placer en la naturaleza”.

Por: Sherod Santos
South Carolina, E.E.U.U, 1948
Poema Publicado en The New Yorker en Abril 25 de 1988.
THE DAIRY COWS OF MARÍA CRISTINA CORTÉS
Although they may be
the most mothering of ah the animals,
the ones with the gentlest
complaint, the ones whose milk
has left on our tongues
the knowledge that life can be simple
and good, still,
in their pendulous,
earthbound, solitary ways, they remind me
of nothing quite so much
as those people we become after
the houselights rise
on a movie that finds us wiping back
a tear. And since
sadness, however
privately borne, secreted however far inside,
is a thing that finally
weighs us down, they are also
the ones most likely
in the end to inherit the earth; so wherever
they go, wandering
the mud lanes out
from the dairy, or wading into grasses
at a pond ´s edge, they
move the way a slow-forming storm
cloud moves, gathering
within it a heaviness drawn from deep
in the soil,
a heaviness it will
return there. And yet a cow jumped over
the moon, we’re told, and
what in the world has ever been
more filled with light
than a glass of milk placed by the bed
of a child still struggling
from a nightmare?
But whatever it is we say about the cow,
it’s the face we love,
a face that, in spite of what we do
with our fences and barbs
and electrically charged cattle prods;
shines equally on us
and on the grasses
of the world; and shines in a way that makes
us feel forgiven after all
for forgetting we, too, are animals—base
born landlocked, spattered
with mud and filled with an ancient cow
sorrow and -wonder.
Por: Álvaro Rodríguez Torres, 2004
Arboles. Los “arboles distantes”
y los que me acogen bajo
su sombra
Una brisa sopla, “casi en
silencio”
Y se pierde en la vecindad
del aire.
Las Holstein pastan en
los potreros
y blancas garzas deambulan
entre sus distraídas patas.
La tarde asume el matiz
que la sagacidad de la luz
le otorga al verano.
En la serenidad del crepúsculo
Huele aun a tamo, a rastrojo.
Dulce reposa la tierra
ahora que debe huir la estrella.